domingo, 26 de octubre de 2008
















Réplica de Juan B. Pinardi a las incorrecciones de Juan G. Roederer.

En “Las primeras Investigaciones de Radiación Cósmica en la Argentina 1949-59. Un relato personal”, el autor Juan G. Roederer advierte de no poder otorgar un carácter objetivo e impersonal a su exposición. Ésta es una premisa honesta pero inadecuada, pues su relato no sólo peca de falta de objetividad, sino que abunda en imprecisiones y en lo que a mí, Juan Pinardi se refiere, de ridículas ficciones y en definitiva en una difamación personal.

¿Cómo había llegado a cristalizar, en 1948 en la Universidad Nacional de Cuyo,(U.N.C.),Mendoza, la idea de dedicarse al estudio de la Radiación Cósmica en la Cordillera Andina? ¿ Por qué el Rector de la U.N.C. Fernando I. Cruz y el Consejo encargaron al Dr. Juan Pinardi de emprender un análisis preliminar de la posibilidad de erigir un observatorio en un sitio adecuado?.

En septiembre de 1948, tras someter un memorándum detallado, que se adjunta, J. Pinardi propuso para su localización el sitio de la Laguna del Diamante a casi 4000 mts. de altura al sur de Mendoza, tras la debida labor de preparación. Esta propuesta contó con el asesoramiento del grupo de investigadores de la escuela de Enrico Fermi con los cuales él, Juan Pinardi, había trabajado durante una breve temporada como huésped científico en los Alpes italo-suizos. Tras esta precisión, apreciaría saber en qué datos fundamenta el Señor Roederer, entre sus tantas invenciones, el hecho de que yo me proclamara ser un experto en Rayos Cósmicos y que yo había montado, nada menos, un observatorio (Pág. 3) en los Alpes suizos…

En aquella época, los pocos centros de estudio de la Radiación Cósmica estaban ubicados en la altura, desde el Pic du Midi (Francia), al Jungfraujoch (Suiza), Chacaltaya (Bolivia), Cervinia (Italia) y Pikes-Peak (EEUU). Todas estas localizaciones cumplían con el requisito óptimo de captar la radiación primaria, mínimamente afectada por la atmósfera terrestre y otras emanaciones interferentes.

Enrique Oliva escribe en un artículo de la Nación-Ciencia del 30/05/01 que a pesar de que la Universidad dio escasa publicidad a aquella atrevida iniciativa que estaba en fase de gestación, la prensa nacional se hizo eco de esta aventura científica. Se valoraba con sorpresa y elogio la correcta elección del lugar, destacando la importancia por ser la primera de su tipo en la Argentina y una de las primeras en el mundo. Así mismo indica que las informaciones de la época explicitaban que las investigaciones de Rayos Cósmicos comenzaron bajo la dirección del Dr. Juan Pinardi.

Es altamente curioso que nadie haya informado de tales antecedentes al eminente James Cronin a cargo del nuevo proyecto actual de Rayos Cósmicos en Mendoza, concluye E. Oliva.

Sin concederme crédito por lo que legítimamente se me reconocía, el Sr. Roederer en el trabajo al cual me refiero en el encabezamiento de este comentario, se ensaña en definirme con términos poco lisonjeros como “un individuo muy extraño por razones que se entenderán más adelante” o que sólo un único miembro del grupo de J. R. – lamenta él – logró ver más de una vez al “escurridizo” (sic!) Pinardi. Afirmaciones que lo dejan a uno pasmado. Yo no era ningún fantasma escurridizo: teníamos despacho en el Departamento de Investigaciones Científicas, compartido con la eficaz secretaria Norma, y el muy disponible asistente Pérez Crivelli. Manifiestamente Juan Roederer no quiso verme ni en la U.N.C. ni en privado. Incluso cuando muestra la foto que se hizo tomar delante de nuestra Estación de altura (fig. 5 de su relato) en época posterior a mi ausencia ¿se le “olvidó” explicar o informar de cómo y quién había realizado la obra?



En la Pág. 3 de su relato Juan Roederer dice que Pinardi en 1949 invitó a su grupo a visitarlo en Mendoza. Yo recuerdo que sí los invité y cuando vinieron yo destaqué a Pérez Crivelli para asistirles en Puente del Inca y les facilité unas placas nucleares del DIC para exponerlas en la cordillera.

Juan Roederer continúa con sus fantasías desbordantes cuando en la pág. 3 asevera: “Pinardi trajo estas placas de Brasil donde él había participado a una reunión” Falso: yo no había participado en ninguna reunión en Brasil, ni mucho menos, había traído las placas de allí. En el DIC las placas las encargábamos directamente a la Ilford de Inglaterra insistiendo para que las despachasen en envolturas ad hoc para de esta forma minimizar la exposición durante el transporte. Al respecto resulta divertida la siguiente anécdota de Juan Roederer, (pág.8) muy característica de sus exageraciones: “Habíamos arreglado para traer un paquete de placas de Alemania y el mismo Perón había firmado el permiso de importación ». Hay que imaginarse el detalle del presidente Perón firmando personalmente el permiso de importación de un paquete de placas…

“ A su regreso de Brasil, Pinardi visitó nuestra Facultad de Buenos Aires”. Una vez más: yo no visité nunca la Facultad, pero, como continúa Juan Roederer en su Pág. 3, “Perez Crivelli aseguró que Pinardi estaba muy interesado en colaborar con la Facultad de Bs. Aires”. En realidad la “colaboración”, que yo les ofrecí era la de venir a trabajar más eficazmente en los Andes en vez de resignarse durante 3 años al cuartito debajo de la escalera en la calle Perù 222, en plena ciudad de Buenos Aires. La oferta era consistente con el desarrollo del proyecto ya que mientras nuestra Estación de altura estaba surgiendo1 disponíamos, ya en ese momento, en el mismo sitio, de un galpón provisional para almacenar materiales y trabajar al abrigo.

En la Pág. 3 Juan Roederer añade la trivialidad de que el estudio de los Rayos Cósmicos en la Cordillera habría sido un proyecto importante, poco costoso y concluye “esto lo corroboró con entusiasmo el Sr. Pinardi”. Aquel “corroboró con
1.- El autor dispone de fotografías y planos del proyecto y su ejecución a demanda.

entusiasmo” es inefable. Como si yo, en vez de estar progresando desde el 1948 en el desarrollo del proyecto del observatorio más alto del mundo, me hubiese limitado a “corroborar” con admiración las banalidades de Juan Roederer.

Adjunto al presente Comentario se halla una foto de nuestra despedida hacia el Aconcagua en el verano de 1949. A mi lado está el legendario baqueano
Pastén, Pérez Crivelli y A. Cassis. Resulta por lo tanto de lo más singular la información que nos suministra aquí, Juan Roederer, de que Pérez Crivelli en su visita les “había sugerido de organizar una expedición al Aconcagua el siguiente verano de 1950” sabiendo que el mismo P. Crivelli había sido mi compañero en el Aconcagua el año anterior.

Más estrafalario aún, insiste en la Pág. 5 que yo mismo les habría nada menos que enviado un telegrama con el texto “Los espero en Plaza de Mulas”. O sea que yo, no sólo pasaba por encima de formalismos al uso en aquellos tiempos sino que mi deseo de “colaborar” con la Facultad de Buenos Aires, me produjo unas ansias irrefrenables de irme a pasear con ellos al Aconcagua, tanto que hasta les daba cita por telegrama aún sin prácticamente conocerles. Pero, en su relato, Juan Roederer concluye: “…no obstante el telegrama, cuando llegamos allí, ni vestigios del suizo-italiano” (o sea yo) Punto.

Afortunada y sorprendentemente me atribuye por fin algo “bueno”: “Gracias a la mediación de Pinardi nosotros tuvimos la colaboración del Ejercito y Aeronáutica para el transporte de personal y equipo de Buenos Aires a Mendoza”.

Efectivamente yo tenía una respetuosa amistad con el Coronel N. Plantamura de las tropas de montaña, que cubría un cargo importante en la Casa Rosada. Fue a través de él que yo facilité a Juan Roederer y su grupo la mediación que no le queda más remedio, aunque extraño en el contexto de su artículo, que reconocerme.

El DIC, consideré yo, podía llegar a prescindir de ciertas importaciones menores, como por ejemplo, si hubiésemos tenido un soplador de vidrio habilidoso en el equipo. Un compañero del grupito de Juan Roederer conocía el oficio y el DIC lo hizo contratar. Juan Roederer comenta en la Pág. 7 “Pedro Waloschek fue el único de nosotros que logró ver a Pinardi más de una vez y ganar un sueldito por lo que estaba haciendo por la ciencia!”. La verdad es que nos veíamos regularmente con el joven Waloschek, el cual percibía un sueldo adecuado a su trabajo que era soplar vidrio (para contadores G.M., bomba de vacío, etc.), sin que hiciese nada de extraordinario para la ciencia como insinúa Juan Roederer, sin menosprecio en absoluto por su excelente trabajo técnico. Contratarlo fue por parte del DIC un gesto más de colaboración hacia el grupito de Buenos Aires.
En tal caso, no queda claro porqué no se presentó el Sr. Juan Roederer abiertamente para proponer con claridad una colaboración.

Juan Roederer, en su cuestionable papel de “Prima Donna”, gracias a mucho “names-dropping” y material pseudo-científico, se ha colocado como incontrovertido protagonista de las “Primeras investigaciones, etc.”, y a partir de allí se dedica repetidamente a demoler al que fue el verdadero iniciador del Proyecto, sirviéndose de irresponsables e infundadas calumnias. “Extraño y escurridizo” me había retratado Juan Roederer al comienzo, “por las razones que se entenderán más adelante”. Veamos a continuación sus razones, para lo cual le citaremos literalmente (Pág. 8):

“Muchos años más tarde supimos que a principios de 1950, Pinardi había comenzado a trabajar en el proyecto Huemul de R .Richter, pero que ya en agosto de ese año, de regreso de un viaje oficial a a los EEUU, Pinardi fue echado por Richter, acusado de espía”.

Ya entonces se sospechaba que el tal R. Richter, era un charlatán que había prometido a Perón no se qué prodigio atómico desde su bunker en la Isla Huemul de Bariloche. En este contexto, Juan Roederer inventa el mito según el cual yo “trabajé” con Richter, persona a la cual, en aras a la verdad ni siquiera conocí. Por otro lado no especifica en que “trabajaba” ni tampoco por cuenta de quién yo espiaba.

Sigue con su calumnia indicando que a mi regreso de un viaje oficial a los EEUU, el tal Richter simplemente me echó. Ese viaje oficial, imaginado por Juan Roederer había debido ser por cuenta de la UNC de Mendoza, en donde yo vivía con mi familia. Según él yo iba a trabajar de Mendoza a la Isla Huemul, distante alrededor de 2000 km., sin comunicación de tren o avión. En aquella época habría sido en sí misma una hazaña logística. Además, por si no sobrasen falacias, yo visité Bariloche en 1981, por primera y única vez en mi vida.

Tan solo pensar en aquel “thriller Richter”, se me antoja ridículo, pero al parecer Juan Roederer no teme el ridículo al que le llevan sus invenciones y logra superarse a sí mismo cuando afirma que:

“Uno o dos años después, Pinardi desapareció de forma definitiva, durante un “viaje de compras” de instrumental científico en los EEUU y con él, también desaparecieron muchos dólares del DIC…”

Si no se tratase de una difamación de la más baja ralea, se leería casi como un cuento de aventuras de Tintin.

Así, tras mi atribuido fracaso como colaborador del charlatán Richter y también como espía, supongo que regresé tranquilamente a Mendoza, pero no por mucho tiempo, porqué, después de un periodo indeterminado, de uno o dos años, la fantasía de Juan Roederer me hace desaparecer de su mapa imaginario de forma definitiva. Nótense las comillas del “viaje de compras” para dar más color truculento al conjunto, acentuando de esta forma que debía tratarse de algo ficticio y fraudulento.

Sobra subrayar que la UNC jamás me encargó ese viaje, al cabo del cual yo supuestamente desaparecí en el lejano Far-West….

Moraleja: en toda su historia titulada “Primeras Investigaciones, etc.” Juan Roederer no reconoce nunca a Juan Pinardi como profesor extraordinario en el Departamento de Ciencias Puras, encargado en el lejano 1948 de realizar el Proyecto para el estudio de la Radiación Cósmica en la cordillera de Mendoza propuesto por él y que había trabajado en difíciles condiciones para llevarlo a cabo. No, Juan Roederer, se siente más a sus anchas trufando de mentiras mi “retrato”, sirviéndose de calificativos despectivos como extraño, escurridizo, colaborador de un charlatán, espía y , punto final, ladrón desaparecido definitivamente.

Cabe preguntarse ¿qué grado de credibilidad le pueden otorgar los responsables del Proyecto Auger que han consultado a J. Roederer como referente acerca de los “Inicios”?. Paralelamente: ¿Qué seriedad científica se puede atribuir a un personaje manifiestamente oportunista cuyo reportaje abunda en inexactitudes y falsedades, hasta la difamación más vil?

Yo no tengo computadora y me enteré del artículo de Juan Roederer solamente cuando algunos familiares y amigos que quedaron impresionados y disgustados, me advirtieran de ello. Ellos, que me conocían como ¡el protagonista un poco visionario de aquella aventura científica de la UNC!

Supongo que sería inútil exigir a J. Roederer que retirarse sus difamaciones, puesto que aquello serviría únicamente como estímulo para descargar más basura en Internet. ¡Más vale que se calle avergonzado, ya que el daño irreparable que ya me ha causado permanecerá permanentemente en Internet!

Enrique Oliva de La Nación había evocado a Juan Pinardi como el eslabón perdido (missing-link) de la historia de los Rayos Cósmicos en la Argentina.

Pero en mi opinión, el eslabón perdido es en verdad aquel medio siglo de vacío que siguió a la creación del Observatorio de la Laguna del Diamante, medio siglo en el que la investigación sobre los Rayos Cósmicos habría podido colocar a Argentina en la vanguardia de esta rama del Saber.